lunes, 12 de diciembre de 2011

El Sacramento del Matrimonio

Cuando Nuestro Señor Jesucristo se encontraba en este mundo comunicaba normalmente sus gracias espirituales y corporales a través del contacto físico de su persona, esto es, o con su viva voz o tocando con su mano, como cuando por ejemplo absolvió a la pecadora (Lc 7, 48) o sanó al leproso y al ciego de nacimiento (Mc 1, 41; Jn 9, 6).

Pero ahora que Jesús ha subido al cielo, ¿cómo podrá estar en contacto con nosotros y comunicarnos su gracia? Lo hace a través de los sacramentos de la Iglesia: en ellos está Él mismo que a través de la persona de su ministro también hoy nos toca, nos sana, nos alimenta y nos consuela.

Acercarse con fe a los sacramentos es encontrarse con Jesús resucitado y vivo, con Él que es nuestro único Salvador.

Así tenemos que, los sacramentos son los signos e instrumentos de la gracia instituidos por Jesucristo para santificarnos. Podemos entonces deducir que son grandes regalos que Nuestro Señor nos otorga a través de la Santa Madre Iglesia. Ellos son, Bautismo, Confesión, Eucaristía, Confirmación, Orden Sacerdotal, Matrimonio y Unción para los Enfermos.


Voy a detenerme en uno solo de ellos, y en el cual, a mi parecer se ponen de manifiesto todos entre sí: El Matrimonio.

El Catecismo de la Iglesia Católica lo define así, "La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados" (CIC, can. 1055,1).

El Matrimonio es el sacramento instituido por Jesucristo que establece una unión santa e indisoluble entre el hombre y la mujer, dándoles la gracia de amarse fielmente y de educar cristianamente a sus hijos.

Para contraer válidamente el Matrimonio es necesario estar limpios de eventuales impedimentos y manifestar libremente el propio consentimiento delante del asistente designado (habitualmente el párroco) y de dos testigos. Se necesita además estar suficientemente instruido sobre las verdades de la fe y de la moral, en particular sobre las que son las propiedades esenciales del matrimonio. Son la unidad, que excluye la poligamia; la indisolubilidad, que excluye el divorcio; y la apertura a la fecundidad, que excluye la voluntad de no engendrar. Se requiere que los contrayentes estén en estado de gracia y reciban el sacramento con fe y devoción. Y es aquí mismo donde me detengo. Los contrayentes deben estar en estado de gracia, ¿De que se trata? Se trata de saber exactamente que el matrimonio por la iglesia, va mas allá de un traje elegante, flores, cámaras, filmaciones, corales, invitados, prensa, etc.,etc.,etc. El matrimonio por la iglesia esta rodeado de una profundidad espiritual; ya que los contrayentes están en presencia de Nuestro Señor Jesucristo, vivo y resucitado. De allí que ambos han de haber acudido antes al sacramento de la reconciliación (confesión); razón por la cual se exige a los novios estén bautizados y confirmados. El sacramento del matrimonio sugiere una entrega total y para siempre “hasta que la muerte los separe”, no en vano el ministro se dirige a los contrayentes con las palabras claves en esa entrega mutua, en las alegrías y en las tristeza, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en la adversidad y en la prosperidad. Es en este sacramento donde mas cobran vida las palabras de Nuestro Señor a San Pedro, debemos perdonar hasta setenta veces siete. Aun cuando pensemos que hemos encontrado nuestra alma gemela, ya el convivir día a día con nuestra pareja nos va develando lo diferentes que somos, sin embargo a través del matrimonio nos hemos convertido en un solo cuerpo y una sola carne, de manera que ya no somos dos, sino uno. Y si somos uno porque cuando viene la tormenta no podemos volar juntos por encima de ella como las águilas, porque nos enfrascamos en resolver nuestros conflictos desde nuestra humanidad y no desde el poder del amor de Dios, de quien recibimos un día su sagrada Bendición. En nuestra debilidad humana podemos hasta desear la muerte de aquel a quien le jure amor eterno frente al altar; sin embargo, si en medio de los problemas busco la ayuda incondicional de Cristo, podré clamar como el salmista “El Señor es mi Pastor, nada me faltara” o como el Apóstol Pablo “Todo lo puedo en aquel que me fortalece”. Nos hace falta asumir que a través del sacramento del matrimonio, todo lo natural ha de tornarse sobrenatural, como lo es el PERDON. Ciertamente si esperamos perdonar desde nuestras fuerzas humanas nunca lo lograremos; si en cambio, pido a Dios que en su infinita misericordia toque mi corazón y lo llene de su bondad, podemos perdonar, olvidar, y comenzar de nuevo. Es imperioso activar todas las bendiciones recibidas el día de nuestra boda eclesiástica, y comprender que en ese día decidimos libremente que Dios Trino y Uno viviría con nosotros; por lo tanto debo llevarlo a mi nuevo hogar, hablar (orar) con el en pareja, asistir en pareja a la eucaristía dominical, mantener nuestra alma en estado de gracia a través de la confesión y de la comunión, juntos cumplir con lo que nos recomienda la Santa Madre Iglesia, comer juntos y bendecir juntos los alimentos que Dios nos presenta cada día, dar gracias juntos al Padre Eterno, porque en su infinito amor nos ha dado una pareja con quien compartir nuestra vida. Desde mi propia experiencia de vida matrimonial, puedo dar testimonio, que ante las turbulencias mas difíciles en la vida de casados, lo mas duro de perdonar es la infidelidad, mas aun cuando da como resultado hijos fuera del matrimonio, pero también desde mi propia experiencia de fe, puedo dar testimonio de que Jesús siempre esta allí, escuchando tus clamores, derramando su consuelo y repartiéndote de su fortaleza y al final cuando salimos en victoria con El, nos damos cuenta de cuanto hemos madurado en el espíritu y cuanto nos hacia falta esa purificación del alma a través del sufrimiento. La clave esta en convertir las adversidades en encuentro con Dios mismo.

De igual manera debemos acudir a la ayuda de nuestra gran aliada la Virgen Maria, nuestra Madre del Cielo, a quien Jesús nos ha dado por intercesora incansable. Ella al igual que en la Bodas de Cana, ira presurosa ante su Hijo Amado, a decirle “YA NO TIENEN VINO” y vendrá presurosa a nosotros a decirnos “HACED TODO LO QUE EL OS DIGA”. Y que es lo que nos dice El Señor que hagamos, que amemos hasta el extremo, hasta dar la vida por el otro, como El lo hizo en la cruz.

Señor Jesús, en esta hora de tanta necesidad para muchos matrimonios en conflicto, te pido que ilumines sus pensamientos, que des cordura a sus decisiones, que renueves esos corazones secos y endurecidos, para que al final reciban el mejor vino, el vino de tu gracia. Amen.

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