miércoles, 25 de enero de 2012

El Amor de Dios

El Amor de Dios
“Tanto amo Dios al mundo que envió a su hijo  único para que todo el que crea en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna” Jn 3,16.

Así de grande, profundo e infinito es el amor de Dios por nosotros; un amor que sobrepasa los límites de nuestro entendimiento; ningún hombre podrá alcanzar a comprender que un Padre entregue a su único hijo al sufrimiento y muerte por amor a la humanidad, así es el amor de Dios, es un amor compasivo  y misericordioso, un amor que justifica y perdona, un amor que no se conforma con menos que la salvación de nuestras almas.

Ese amor es una fuente inagotable a la cual estamos todos llamados a sumergirnos, un amor, al cual estamos todos invitados a seguir; de allí que Jesucristo, hijo obediente del Padre asume su propio sufrimiento, porque hereda de Dios esa capacidad divina de amar, “Aquel que da la vida por sus amigos”(Jn 15,13). Tan poderoso es el amor de Dios Padre y de Dios Hijo que da origen a la tercera persona de la Trinidad “El Espíritu Santo”, el dador de vida, la fuente de consuelo, administrador de los dones y carismas santificantes, lumbre de los corazones, el dulce huésped del alma, la fuerza que viene de lo alto, el auxilio divino.


Jesús la palabra que sale de la boca de Dios, la plenitud de la ley, viene a compartir con nosotros nuestra humanidad, pero nos brinda la gracia de sobrenaturalizar  nuestra vida terrena, a través del Santo Evangelio, en el cual están contenidas las pautas, orientaciones y advertencias que todo fiel cristiano ha de seguir, para lograr ese encuentro intimo entre su alma y Cristo; de allí que nuestra existencia ha de ser un constante caminar hacia Él, camino verdad y vida (Jn 14,6).

Conocer de cerca a Dios Hijo, para poder estrechar lazos espirituales con Él y así darle un giro de conversión a nuestra vida llevándola a la santidad es la meta del cristiano y para ello, que mejor que leer y meditar el Evangelio. Contemplar el amor de Dios, en cada palabra, en cada historia, en cada exhortación, contemplar ese Cristo hijo, hermano, amigo; hombre de compasión y de servicio, hombre de sanación y liberación, hombre de salvación y vida eterna. Apoderarnos de cada una  de las promesas de  salvación que están  allí plasmadas por inspiración divina, actualizar el amor de Dios en nuestra vida y cumplir con las propuestas de cambio  que se nos ofrece, nos llevaría a transitar por el mismo camino de Jesús sin tener miedo de llegar al calvario porque sin muerte en la cruz no hay resurrección.

Presentarle a Jesús nuestros cinco panes y nuestros dos pescados, (Mt 14,17), para que el multiplique en nuestra vida su misericordia infinita, a fin  de ir deslastrando toda nuestra miseria. Debemos esforzarnos día a día en conocer un poquito mas de ese hombre a quien le debemos cuanto somos y tenemos, el mismo que  no se cansa de mirarnos desde el cielo y que a prisa viene a socorrernos; el único que nos ama sin pedirnos nada a cambio; sin embargo, ese amor sugiere en nuestra vida una transformación. De nuestra parte esta rendirnos ante Él en adoración y alabanza  siempre y en todo momento.

Jesús al partir al cielo  para ocupar el lugar que dignamente mereció, nos dejó una prueba más de su gran amor, nos dejó su corazón humilde en la sagrada eucaristía, allí le  podemos buscar y encontrar  todos los días  y contar con ese refugio de paz y gozo.

Leer a diario el evangelio, y formar parte de Él  para hacernos uno con Jesucristo, para saborearlo, tocarlo, comprenderlo y finalmente amarlo por encima de todo y de todos.

Cuando todos comprendamos verdaderamente, “Que tanto amó Dios al mundo que entrego a su hijo único para que todo el que creyera en Él tenga vida eterna” (Jn 3,16),  entonces seremos fieles santos.

Olimpia Leal de Parra
08/07/2010

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