lunes, 12 de diciembre de 2011

La Santa Eucaristía: Don inmerecido


La Santa Eucaristía, acción de gracias, ha de ser el alfa y el omega de todo cristiano católico; en ella se pone de manifiesto lo sobrenatural de nuestra espiritualidad, todo cuanto acontece en la misa, viene dado por el misterio de nuestra fe.

Para celebrar la Eucaristía lo primero que hemos de considerar, es el llamado a la santidad que nos hace Nuestro Señor “Sed santos como mi Padre Celestial es santo” (Mt 5,48) , ya que a ella  debemos acudir en humildad, obediencia, silencio, entrega, esperanza, caridad, tomando en cuenta  que el inicio de la misma es el inicio a la preparación para el memorial del calvario y que con toda reverencia desde lo más profundo de nuestra alma debemos decir con el Sacerdote “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, nada mas fervoroso que invocar  a la Santidad Trinidad y adentrarnos  en tan sublime misterio, recordando el día del bautizo del Señor, para dar inicio al culto por excelencia. 


Si aun a causa de  los problemas, contrariedades y/o adversidades, no nos hemos puesto en la debida disposición para la celebración, nuestro hermano Sacerdote, nos ofrece un don o  especial “La Paz de Nuestro Señor Jesucristo, el Amor del Padre y la Comunión del Espíritu Santo, este con todos ustedes”; ante tal ofrecimiento no nos debe quedar más que abrir nuestro corazón y entregarnos al Todopoderoso, “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados que yo los aliviare”(Mt 11,28). 


Para la Santa misa hemos de estar en estado de gracia santificante; esto nos lo  recuerda el acto penitencial, que no sustituye el sacramento de la reconciliación, pero nos ayuda  en humildad a reconocernos pecadores, nuevamente el Sacerdote nos ayuda en este propósito “Hermanos, para celebrar dignamente estos sagrados misterios, reconozcamos humildemente nuestros pecados”. Es de suma importancia que las oraciones que hacemos y las invitaciones que recibimos del Sacerdote, no se hagan ni se reciban  de manera automatizada; la Santa Misa no es un acto mecánico, sino el camino a la Santidad. Por esto y muchas razones más, desde el inicio hasta la Bendición Final nuestro cuerpo, nuestra alma, y nuestra mente han de estar expectantes, sumergidos en adoración y alabanza al Dios Trino y Uno. De inmediato el Sacerdote expresa su deseo de que Dios nos perdone “Dios Todopoderoso y Eterno, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna”; para terminar esta suplica de perdón y penitencia, imploramos  al Señor tenga piedad de nosotros, bien sea cantando o recitando la oración correspondiente. Seguidamente hacemos uso de otra promesa de Cristo “Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estaré yo en medio de ellos”(Mt 18,20), con la oración colecta que dirige  el Sacerdote y nosotros podemos seguirla mentalmente, expresando al Señor nuestras intensiones en esa Santa Eucaristía. El Señor nos convoca en la celebración, al arrepentimiento de nuestras culpas, a la oración y a la meditación y puesta en práctica de su palabra. Debemos reconocer y tener siempre presente que la palabra que se proclama debe actualizarse en nuestros corazones asumiendo lo que la misma propone  para la salvación de nuestras alma; almas que si pudiéramos verlas, nos causaría tristeza y  desolación lo maltratadas que se encuentran por nuestro egoísmo, soberbia, pecados, desobediencia, por lo cual “Si todos pusiéramos en práctica lo que dice el evangelio unido a lo que aconseja el Sacerdote, seriamos un pueblo santo”.   El Sacerdote fiel a su ministerio ha de prepararse para la predicación de la palabra de Dios, de tal manera, que sirva de ayuda a los fieles, sabiendo que solo “El Señor  tiene palabras de vida eterna” (Jn 6.68). La proclamación  de la palabra, la homilía, el credo y la oración de los fieles, forman una parte muy importante de la celebración eucarística, es como un renovar nuestro compromiso cristiano. Muchas situaciones que llevamos en nuestro corazón y que confiadamente colocamos en el altar, quedan solucionadas felizmente en este momento de la liturgia de la palabra. En la misa se pone de manifiesto el misterio de la vida, pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, es todo un compendio de lo que debe ser nuestro camino de santidad. La Eucaristía  une todos los momentos hermosos y relevantes de Jesús y pone de manifiesto la presencia del Padre Eterno, del Espíritu Santo, de María Santísima y de los Ángeles, y así con estos acompañantes celestiales, llegamos al momento culmen de la celebración, Nuestro Señor, se hace presente en el altar con su cuerpo, sangre alma y divinidad; el Sacerdote In Persona Cristi y bajo la unción del Espíritu Santo repite las palabras de Jesús en la ultima cena; hemos llegado al Calvario, ahora podemos dar el justo valor a la nueva alianza , sellada con la sangre del Cordero, momento de adorar a Jesús Eucaristía, memorial de su pasión, ahora “El cielo está en la tierra” (Juan Pablo II), porque la presencia del Señor es real, es milagro patente  que se sucede ante nuestros ojos, momento de adorar en espíritu y verda, Cristo esta allí delante de nosotros, no le despreciemos, no le ofendamos  con nuestra distracción, no le volvamos a flagelar, no coloquemos nuevamente la corona de espinas sobre su cabeza, sobre todo no le volvamos a crucificar con nuestra indiferencia aprovechemos a máximo tan magno momento que solo nuestra iglesia nos brinda día a día hasta el fin del mundo, dándole cumplimiento a la promesa del Señor “Yo estaré con ustedes hasta el final de los tiempos” (Mt 28,20). Y seguimos en oración, en unión con el Sacerdote y con los fieles “Orad hermanos para que este sacrificio mío y vuestro sea agradable a Dios Todopoderoso; el Señor reciba de tus manos ese sacrificio para la alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa iglesia”; benditas manos Sacerdotales, consagran, se elevan en oración y se ofrendan al Señor llenas del único y verdadero sacrificio; seguimos en alabanza y adoración Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios del universo, llenos están los cielos y la tierra de su gloria, hosanna en el cielo” (Ap 4.8).Esta alabanza solemne  debe salir de nuestro corazón con el mayor amor que podamos tributar a un Dios maravilloso, el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas (Jn 10,11), El amigo que nunca falla, El sol que viene de lo alto (Lc 1,78); esta alabanza solemne prepara nuestra alma para escuchr las palabras que dijo el Señor en la ultima cena y con las cuales quedo instituida la Santa Eucaristía, es un momento de profundo recogimiento espiritual donde el pan se convierte en el cuerpo y el vino se convierte en la sangre de Cristo  a través de la transubstanciación, oh divino momento en el que adoramos a Jesús en la Hostia Consagrada, recordando su pasión, muerte y resurrección, aquí nos ofrecemos nosotros mismos en oblación a la Trinidad Santa siguiendo las palabras de el Sacerdote, “Por Cristo, con Él y en Él, a ti Dios Padre Omnipotente en la unidad del Espíritu Santo todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos”. Y nuestro “Amen”  de respuesta debe ser poderoso, enérgico y comprometido, como ha de ser nuestra respuesta al llamado del Señor, con firmeza como el joven Samuel, “Habla Señor que tu siervo escucha” (1Sm 3,10).  Y entregarnos con la oración que el mismo Jesucristo nos enseño, el Padre Nuestro, como preparación al exquisito banquete que esta por servirse, antes del cual deseamos la paz a nuestros hermanos  en señal del amor que le debemos a nuestro prójimo. Seguidamente el Sacerdote eleva el Cuerpo y La Sangra de Cristo y nos lo presenta como “El Cordero de Dios que quita los pecados el mundo, dichosos los que han sido invitados a la mesa del Señor, y a una sola voz todos respondamos como aquel centurión de Cafarnaúm “Señor no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastara para sanar”(Mt 8,5-13).Y pasamos  a la mesa  a compartir el banquete celestial que nos ha preparado el Señor, recibimos en este momento la sagrada comunión, hemos  de recibirla sin pecado mortal, recordando las palabras del Apóstol San Pablo, “todo aquel que come y bebe indignamente el cuerpo y la sangre de Cristo para su propia condenación come y bebe”(1Co 1,27). En un instante estamos “saboreando la eternidad”, “El que come mi carme y bebe mi sangre vivirá para siempre y yo lo resucitare en el ultimo día” (Jn 6.54); en este momento estamos en intima unión con Nuestro Señor , el está dentro de nosotros, para perdonarnos, para sanarnos, para liberarnos, para darnos la salvación y la vida eterna, es un momento de sublime majestad, que amerita todo nuestro respeto y adoración, momento de acción de gracias, momento para decir como Jesús en el Huerto de los Olivos “Señor que se haga tu voluntad, no la mía” (Mc 14,36); en este momento no permitas que “nada te turbe, que nada te espante, porque quien a Dios tiene nada le falta” (Santa Teresa de Ávila).Debe ser un momento de entrega total  a aquel  a quien le debemos todo lo que somos y tenemos, momento de gozo espiritual. Y nuevamente escuchamos al Sacerdote decirnos “El Señor este con ustedes” y darnos la despedida “La Bendición de Dios Todopoderoso Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ustedes y su familia”; respondemos un AMEN, confirmando la presencia de la Santísima Trinidad en nosotros y se nos ofrece nuevamente la paz de Cristo “Pueden ir en Paz”, “demos gracias a Dios”, le damos gracias por haber recibido una nueva enseñanza y con ella una nueva misión , que debemos poner en práctica con la fuerza de la Eucaristía en nuestro hogar, vecindario, oficina, escuela, en fin en el medio que nos desenvolvamos, para ir sembrando la santidad en la vida ordinaria porque allí donde estemos en el día a día estamos llamados a ser Santos, por ello recordemos siempre las palabras de San José Ma. Escrivá “Vivir la Santa misa  es permanecer en oración continua, convencernos  que para cada uno  de nosotros, en este encuentro personal con Dios, adoramos, alabamos, pedimos y damos gracias, reparamos por nuestros pecados, nos purificamos, nos sentimos una sola cosa en Cristo con todos los Cristianos (Es Cristo que pasa). Llegado este punto podemos comprender porque la Santa Eucaristía, es un Don Inmerecido, acaso nuestro comportamiento, nuestras palabras, nuestro pensamiento , nuestros sentimientos, merecen tanto amor, tanta bondad, y una misericordia al extremo que el Cuerpo y la Sangre de Cristo llegue humildemente a nosotros, pues es allí donde debemos meditar y dejarnos moldear en el Corazón de Jesús como barro en las manos del alfarero (Jr 18,6), con humildad, obediencia, entrega, como nos lo enseña María de Nazaret, cuyo vientre  se convirtió en el primer sagrario, y ella en la primera adoradora junto con su justo esposo José. Todos quienes hoy tienen  un lugar especial en el cielo y en los altares, se han dejado transformar y seducir por la santa Misa, así tenemos que San Francisco de Sales la denomina “El sol  de las practicas espirituales, que es el santísimo, sagrado y muy excelso sacrificio y sacramento de la misa, centro de la religión cristiana, corazón de la devoción, alma de la piedad, misterio inefable que comprende el abismo de la caridad divina, y por el cual Dios, uniéndose realmente a nosotros, nos comunica magníficamente sus gracias  y favores” (Introducción a la vida devota); allí es donde debe estar nuestra  alma presa de amor, en el santo sacrificio de la eucaristía, donde  muchos prodigios se suceden, donde muchos problemas se resuelven, donde muchas enfermedades se sanan  y muchos oprimidos se liberan. Y para terminar, y en homenaje a nuestros Sacerdotes, meditemos, parte de un sermón del Santo Cura de Ars, “¿Podremos hallar en nuestra Santa Religión un momento más precioso, una circunstancia mas feliz que aquel instante en que Jesucristo instituyo el adorable Sacramento de los altares? Sabiendo muy bien que se acercaba el tiempo de volver al Padre no pudo resignarse a dejarnos solos en la tierra y en medio de tantos enemigos  afanosos de nuestra perdida, Jesús quiere que se nos quepa la dicha de hallarle cuantas veces andemos en su busca, y así  por este gran sacramento  de amor se compromete a permanecer día y noche entre nosotros y en el hallaremos  a un Dios Salvador que cada día se inmolara por nosotros a la justicia del Padre , ¡oh que felicidad una creatura recibir  a su Dios, tomarlo como alimento, hasta cebarse con él , oh amor infinito, inmenso e incomprensible ¡ Y un cristiano piensa y considera esto, sin morir de amor y de espanto a la vista de su indignidad! Hoy le encontramos en todos los lugares del mundo, y esta dicha se me ha prometido ser realidad hasta que se acabe el mundo. ¡Oh amor inmenso de un Dios por sus creaturas!”
La Santa Eucaristía, don inmerecido………

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