La Santa Eucaristía, acción de gracias, ha de ser el alfa y el omega de todo cristiano
católico; en ella se pone de manifiesto lo sobrenatural de nuestra
espiritualidad, todo cuanto acontece en la misa, viene dado por el misterio de
nuestra fe.
Para celebrar la
Eucaristía lo primero que hemos de considerar, es el llamado
a la santidad que nos hace Nuestro Señor “Sed santos como mi Padre Celestial es
santo” (Mt 5,48) , ya que a ella debemos
acudir en humildad, obediencia, silencio, entrega, esperanza, caridad, tomando
en cuenta que el inicio de la misma es
el inicio a la preparación para el memorial del calvario y que con toda
reverencia desde lo más profundo de nuestra alma debemos decir con el Sacerdote
“En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, nada mas fervoroso que
invocar a la Santidad Trinidad
y adentrarnos en tan sublime misterio,
recordando el día del bautizo del Señor, para dar inicio al culto por
excelencia.
Si aun a causa de los
problemas, contrariedades y/o adversidades, no nos hemos puesto en la debida
disposición para la celebración, nuestro hermano Sacerdote, nos ofrece un don o
especial “La Paz de Nuestro Señor
Jesucristo, el Amor del Padre y la
Comunión del Espíritu Santo, este con todos ustedes”; ante
tal ofrecimiento no nos debe quedar más que abrir nuestro corazón y entregarnos
al Todopoderoso, “Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados que yo
los aliviare”(Mt 11,28).
Para la
Santa misa hemos de estar en estado de gracia santificante;
esto nos lo recuerda el acto
penitencial, que no sustituye el sacramento de la reconciliación, pero nos
ayuda en humildad a reconocernos
pecadores, nuevamente el Sacerdote nos ayuda en este propósito “Hermanos, para
celebrar dignamente estos sagrados misterios, reconozcamos humildemente
nuestros pecados”. Es de suma importancia que las oraciones que hacemos y las
invitaciones que recibimos del Sacerdote, no se hagan ni se reciban de manera automatizada; la Santa Misa no es un
acto mecánico, sino el camino a la Santidad. Por esto y muchas razones más, desde el
inicio hasta la Bendición
Final nuestro cuerpo, nuestra alma, y nuestra mente han de
estar expectantes, sumergidos en adoración y alabanza al Dios Trino y Uno. De
inmediato el Sacerdote expresa su deseo de que Dios nos perdone “Dios
Todopoderoso y Eterno, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna”;
para terminar esta suplica de perdón y penitencia, imploramos al Señor tenga piedad de nosotros, bien sea
cantando o recitando la oración correspondiente. Seguidamente hacemos uso de
otra promesa de Cristo “Donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estaré yo
en medio de ellos”(Mt 18,20), con la oración colecta que dirige el Sacerdote y nosotros podemos seguirla
mentalmente, expresando al Señor nuestras intensiones en esa Santa Eucaristía.
El Señor nos convoca en la celebración, al arrepentimiento de nuestras culpas,
a la oración y a la meditación y puesta en práctica de su palabra. Debemos
reconocer y tener siempre presente que la palabra que se proclama debe
actualizarse en nuestros corazones asumiendo lo que la misma propone para la salvación de nuestras alma; almas que
si pudiéramos verlas, nos causaría tristeza y
desolación lo maltratadas que se encuentran por nuestro egoísmo,
soberbia, pecados, desobediencia, por lo cual “Si todos pusiéramos en práctica
lo que dice el evangelio unido a lo que aconseja el Sacerdote, seriamos un
pueblo santo”. El Sacerdote fiel a su ministerio ha de
prepararse para la predicación de la palabra de Dios, de tal manera, que sirva
de ayuda a los fieles, sabiendo que solo “El Señor tiene palabras de vida eterna” (Jn 6.68). La
proclamación de la palabra, la homilía,
el credo y la oración de los fieles, forman una parte muy importante de la
celebración eucarística, es como un renovar nuestro compromiso cristiano.
Muchas situaciones que llevamos en nuestro corazón y que confiadamente
colocamos en el altar, quedan solucionadas felizmente en este momento de la
liturgia de la palabra. En la misa se pone de manifiesto el misterio de la
vida, pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, es todo un
compendio de lo que debe ser nuestro camino de santidad. La Eucaristía une todos los momentos hermosos y relevantes
de Jesús y pone de manifiesto la presencia del Padre Eterno, del Espíritu
Santo, de María Santísima y de los Ángeles, y así con estos acompañantes
celestiales, llegamos al momento culmen de la celebración, Nuestro Señor, se
hace presente en el altar con su cuerpo, sangre alma y divinidad; el Sacerdote
In Persona Cristi y bajo la unción del Espíritu Santo repite las palabras de Jesús
en la ultima cena; hemos llegado al Calvario, ahora podemos dar el justo valor
a la nueva alianza , sellada con la sangre del Cordero, momento de adorar a Jesús
Eucaristía, memorial de su pasión, ahora “El cielo está en la tierra” (Juan
Pablo II), porque la presencia del Señor es real, es milagro patente que se sucede ante nuestros ojos, momento de
adorar en espíritu y verda, Cristo esta allí delante de nosotros, no le
despreciemos, no le ofendamos con
nuestra distracción, no le volvamos a flagelar, no coloquemos nuevamente la
corona de espinas sobre su cabeza, sobre todo no le volvamos a crucificar con
nuestra indiferencia aprovechemos a máximo tan magno momento que solo nuestra
iglesia nos brinda día a día hasta el fin del mundo, dándole cumplimiento a la
promesa del Señor “Yo estaré con ustedes hasta el final de los tiempos” (Mt
28,20). Y seguimos en oración, en unión con el Sacerdote y con los fieles “Orad
hermanos para que este sacrificio mío y vuestro sea agradable a Dios
Todopoderoso; el Señor reciba de tus manos ese sacrificio para la alabanza y
gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa iglesia”; benditas
manos Sacerdotales, consagran, se elevan en oración y se ofrendan al Señor
llenas del único y verdadero sacrificio; seguimos en alabanza y adoración
Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios del universo, llenos están los cielos y
la tierra de su gloria, hosanna en el cielo” (Ap 4.8).Esta alabanza
solemne debe salir de nuestro corazón
con el mayor amor que podamos tributar a un Dios maravilloso, el Buen Pastor
que da la vida por sus ovejas (Jn 10,11), El amigo que nunca falla, El sol que
viene de lo alto (Lc 1,78); esta alabanza solemne prepara nuestra alma para
escuchr las palabras que dijo el Señor en la ultima cena y con las cuales quedo
instituida la Santa
Eucaristía, es un momento de profundo recogimiento espiritual
donde el pan se convierte en el cuerpo y el vino se convierte en la sangre de
Cristo a través de la
transubstanciación, oh divino momento en el que adoramos a Jesús en la Hostia Consagrada,
recordando su pasión, muerte y resurrección, aquí nos ofrecemos nosotros mismos
en oblación a la
Trinidad Santa siguiendo las palabras de el Sacerdote, “Por
Cristo, con Él y en Él, a ti Dios Padre Omnipotente en la unidad del Espíritu
Santo todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos”. Y nuestro
“Amen” de respuesta debe ser poderoso, enérgico
y comprometido, como ha de ser nuestra respuesta al llamado del Señor, con
firmeza como el joven Samuel, “Habla Señor que tu siervo escucha” (1Sm 3,10). Y entregarnos con la oración que el mismo
Jesucristo nos enseño, el Padre Nuestro, como preparación al exquisito banquete
que esta por servirse, antes del cual deseamos la paz a nuestros hermanos en señal del amor que le debemos a nuestro
prójimo. Seguidamente el Sacerdote eleva el Cuerpo y La Sangra de Cristo y nos lo
presenta como “El Cordero de Dios que quita los pecados el mundo, dichosos los
que han sido invitados a la mesa del Señor, y a una sola voz todos respondamos
como aquel centurión de Cafarnaúm “Señor no soy digno de que entres en mi casa,
pero una palabra tuya bastara para sanar”(Mt 8,5-13).Y pasamos a la mesa
a compartir el banquete celestial que nos ha preparado el Señor,
recibimos en este momento la sagrada comunión, hemos de recibirla sin pecado mortal, recordando
las palabras del Apóstol San Pablo, “todo aquel que come y bebe indignamente el
cuerpo y la sangre de Cristo para su propia condenación come y bebe”(1Co 1,27).
En un instante estamos “saboreando la eternidad”, “El que come mi carme y bebe
mi sangre vivirá para siempre y yo lo resucitare en el ultimo día” (Jn 6.54);
en este momento estamos en intima unión con Nuestro Señor , el está dentro de
nosotros, para perdonarnos, para sanarnos, para liberarnos, para darnos la
salvación y la vida eterna, es un momento de sublime majestad, que amerita todo
nuestro respeto y adoración, momento de acción de gracias, momento para decir
como Jesús en el Huerto de los Olivos “Señor que se haga tu voluntad, no la mía”
(Mc 14,36); en este momento no permitas que “nada te turbe, que nada te
espante, porque quien a Dios tiene nada le falta” (Santa Teresa de Ávila).Debe
ser un momento de entrega total a
aquel a quien le debemos todo lo que
somos y tenemos, momento de gozo espiritual. Y nuevamente escuchamos al
Sacerdote decirnos “El Señor este con ustedes” y darnos la despedida “La Bendición de Dios
Todopoderoso Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ustedes y su familia”;
respondemos un AMEN, confirmando la presencia de la Santísima Trinidad
en nosotros y se nos ofrece nuevamente la paz de Cristo “Pueden ir en Paz”,
“demos gracias a Dios”, le damos gracias por haber recibido una nueva enseñanza
y con ella una nueva misión , que debemos poner en práctica con la fuerza de la Eucaristía en nuestro
hogar, vecindario, oficina, escuela, en fin en el medio que nos desenvolvamos,
para ir sembrando la santidad en la vida ordinaria porque allí donde estemos en
el día a día estamos llamados a ser Santos, por ello recordemos siempre las
palabras de San José Ma. Escrivá “Vivir la Santa misa
es permanecer en oración continua, convencernos que para cada uno de nosotros, en este encuentro personal con
Dios, adoramos, alabamos, pedimos y damos gracias, reparamos por nuestros
pecados, nos purificamos, nos sentimos una sola cosa en Cristo con todos los
Cristianos (Es Cristo que pasa). Llegado este punto podemos comprender porque la Santa Eucaristía,
es un Don Inmerecido, acaso nuestro comportamiento, nuestras palabras, nuestro
pensamiento , nuestros sentimientos, merecen tanto amor, tanta bondad, y una
misericordia al extremo que el Cuerpo y la Sangre de Cristo llegue humildemente a nosotros,
pues es allí donde debemos meditar y dejarnos moldear en el Corazón de Jesús
como barro en las manos del alfarero (Jr 18,6), con humildad, obediencia,
entrega, como nos lo enseña María de Nazaret, cuyo vientre se convirtió en el primer sagrario, y ella en
la primera adoradora junto con su justo esposo José. Todos quienes hoy
tienen un lugar especial en el cielo y
en los altares, se han dejado transformar y seducir por la santa Misa, así
tenemos que San Francisco de Sales la denomina “El sol de las practicas espirituales, que es el
santísimo, sagrado y muy excelso sacrificio y sacramento de la misa, centro de
la religión cristiana, corazón de la devoción, alma de la piedad, misterio
inefable que comprende el abismo de la caridad divina, y por el cual Dios, uniéndose
realmente a nosotros, nos comunica magníficamente sus gracias y favores” (Introducción a la vida devota);
allí es donde debe estar nuestra alma
presa de amor, en el santo sacrificio de la eucaristía, donde muchos prodigios se suceden, donde muchos
problemas se resuelven, donde muchas enfermedades se sanan y muchos oprimidos se liberan. Y para terminar,
y en homenaje a nuestros Sacerdotes, meditemos, parte de un sermón del Santo
Cura de Ars, “¿Podremos hallar en nuestra Santa Religión un momento más
precioso, una circunstancia mas feliz que aquel instante en que Jesucristo
instituyo el adorable Sacramento de los altares? Sabiendo muy bien que se
acercaba el tiempo de volver al Padre no pudo resignarse a dejarnos solos en la
tierra y en medio de tantos enemigos
afanosos de nuestra perdida, Jesús quiere que se nos quepa la dicha de
hallarle cuantas veces andemos en su busca, y así por este gran sacramento de amor se compromete a permanecer día y noche
entre nosotros y en el hallaremos a un
Dios Salvador que cada día se inmolara por nosotros a la justicia del Padre ,
¡oh que felicidad una creatura recibir a
su Dios, tomarlo como alimento, hasta cebarse con él , oh amor infinito,
inmenso e incomprensible ¡ Y un cristiano piensa y considera esto, sin morir de
amor y de espanto a la vista de su indignidad! Hoy le encontramos en todos los
lugares del mundo, y esta dicha se me ha prometido ser realidad hasta que se
acabe el mundo. ¡Oh amor inmenso de un Dios por sus creaturas!”
La Santa Eucaristía, don inmerecido………
No hay comentarios:
Publicar un comentario