lunes, 12 de diciembre de 2011

Reflexión para Encuentro de Coros "Al servicio del Rey"


……Cualquiera sea el trabajo de ustedes, háganlo de todo corazón, teniendo en cuenta que es para el Señor y no para los hombres. Sepan que el Señor los recompensará, haciéndolos sus herederos. Ustedes sirven a Cristo, el Señor……  (Col.3, 23-24)


En nuestra de vida de cristianos, muchas veces podemos esperar solo que Nuestro Señor nos sirva a tiempo completo, sobre todo para resolver nuestras dificultades cotidianas. Más, no nos preguntamos, ¿en que le sirvo yo a mi Dios? 


Ciertamente y como lo deja expresado San José Maria Escriba de Balaguer, debemos encontrarnos con El en la vida ordinaria; es decir, como empleado, como estudiante, como ama de casa, en fin, mantener un encuentro intimo con Jesucristo en nuestro día a día, sea cual fuere nuestro desempeño. Así y solo así podemos mantenernos al servicio del Rey. Me podrán decir aquella cita “No he venido a ser servido sino a servir…(Mt 20,28); y es que acaso ya no nos sirvió hasta el extremo, ya no nos dejo la mesa servida para nuestra salvación, es que acaso ya Cristo no nos sirvió de una vez y para siempre? Queridos hermanos, es la hora del cristiano agradecido, es la hora de solo vivir  en El, con El y para El. Llego el momento de hacerlo todo con el corazón puesto en Nuestro Señor, Nuestro Rey y Pastor Supremo. Ya lo decía Monseñor Roberto Lücker, en una de sus contundentes homilías, “La santidad es responsabilidad”, todo bautizado debe tener claro la gran responsabilidad que esto representa, y que somos los testigos fieles de Nuestro Señor aquí en la tierra, y todo aquel que se sienta Hijo de Dios, no debe menos que demostrarlo con su comportamiento, amando a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como así mismo. De allí entonces, que todos nosotros debemos estar al servicio del Rey, cumpliendo los mandamientos y haciendo vida en nuestra vida los sacramentos instituidos por Jesús durante su vida terrena. 
Nuestro desempeño diario ha de ser movido por el amor a Dios y a los hombres, ha de ser siempre consono con nuestro bautismo,  es Nuestro Señor, quien debe ocupar el lugar de honor en nuestra vida, nuestra mente y nuestro corazón. Estar al servicio del Rey no implica mas que hacerlo todo con amor puro, sin otro interés que el de agradarlo a El, un amor puro y santo como el que Cristo nos demostró al hacerse humano, naciendo de mujer en ese humilde pesebre, que fue su primer trono de gloria.

Esto bien lo han entendido un gran numero de seres humanos como tu y como yo, que habiéndose negado a si mismos dieron entrada completa a Cristo en su corazón, hombres y mujeres que sometiendo su espíritu menguaron y dejaron crecer a Dios dentro de ellos. Traemos hoy el caso real y contundente de nuestro Santo Patrono, San Benito de Palermo, hijo de esclavos, pero nacido en la libertad de los Hijos de Dios.  Este santo, no es nacido ni del aguardiente, ni de la brujería. Benito es nacido de lo más profundo del corazón de Dios, porque allí fue donde se gesto durante toda su vida. Desde la más tierna edad, fue aficionado a la oración y a la más austera mortificación de su cuerpo. Aunque nunca supo leer ni escribir, siempre fue muy dado a las cosas de Dios, en las que aprovechaba con rapidez como divinamente instruido. Un ermitaño que le visitó un día en el campo, le profetizó su futura santidad, y le persuadió a que le imitara en su vida ascética. Benito contaba a la sazón treinta y un años, vendió cuanto tenía, lo dio a los pobres y se retiró al desierto, llevando allí una vida más angélica que humana. Dormía en el suelo y poco tiempo, se vistió una túnica áspera, y ayunaba perpetuamente. Su fervorosa oración le llevó a una perfección altísima y a una comunicación íntima con Dios, lo que pronto conocieron los vecinos de aquellos contornos, que acudían a él en busca de remedio. Un pobre hombre le llevó unas uvas y el Santo le aceptó una pequeña ración para sus compañeros, devolviéndole las restantes «porque eran robadas», lo que conoció milagrosamente.
En la vida regular aumentó, si cabe, las mortificaciones, ayunando las siete cuaresmas de San Francisco, y dedicándose a los más penosos oficios con sus hermanos. Su humildad profunda, su extremada caridad y celestial prudencia, indujeron a los religiosos a elegirle Guardián, aunque era lego e iliterato, y, a pesar de resistirse con todas sus fuerzas, le fue preciso aceptar el imperativo de la obediencia; pero la dignidad no le impidió, antes bien, le hizo progresar más y más en el desprecio de sí mismo y en todas las virtudes. Dios quiso honrarle con sus dones pródigamente. Tenía tal luz para conocer la ciencia de las cosas divinas, que resolvía las dificultades y explicaba los lugares más oscuros de las Sagradas Escrituras a los hombres más doctos que iban a consultarle. Las curaciones milagrosas, la multiplicación de los alimentos, el discernimiento de los espíritus y penetración de los corazones, vinieron a ser en él familiares y comunes. Llegó al año sesenta y tres de su edad habiendo permanecido en la religión seráfica veintidós, y conoció que se acercaba el momento de pasar de esta vida a la eterna. Se preparó, pues, fervorosamente y en el día y hora por él predichos, entregó su bendito espíritu a Dios; era el 4 de abril de 1589. Su cuerpo,  aún se conserva incorrupto en el convento de Santa María de Jesús junto a Palermo.

Vemos entonces, queridos hermanos como en Benito se han cumplido las palabras de San Pablo, Cualquiera sea el trabajo de ustedes, háganlo de todo corazón, teniendo en cuenta que es para el Señor y no para los hombres. Sepan que el Señor los recompensará, haciéndolos sus herederos. Ustedes sirven a Cristo, el Señor. Que a partir de hoy amados míos, también en nosotros comiencen a cumplirse para la mayor gloria de nuestro Rey.


Olimpia Leal de Parra
27-11-2011

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